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sábado, 21 de enero de 2012

El efecto cebolla

Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a  la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros. Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran deslumbradores, centelleantes, como el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo. Después de sesudas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor,  resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón (porque también las cebollas tienen su propio corazón), un piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra un aguamarina, aquella un lapizlázuli, una esmeralda ... ¡Una verdadera maravilla!

Pero por una incomprensible razón se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante,  inadecuado y hasta vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima  con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.

Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y  sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarlas una por una - ¿Por qué no eres como eres por dentro? Y ellas le iban respondiendo: -Me obligaron a ser así... -Me fueron poniendo capas... incluso yo me puse algunas para que no me dijeran.... Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras capas. Y al final el sabio se echó a llorar. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón.  Y así será hasta el fin del mundo.

(de imágenes de la fe)

Pues de manera similar, obligados, condicionados o simplemente, por voluntad propia, vamos recubriendo nuestra vida con capas absurdas, evitables. Vamos rodeándonos de "necesidades" innecesarias que ocultan el verdadero significado de las cosas. Nos vamos impregnando de lo accesorio y, poco a poco, entramos en una espiral de la cuál es complicado, no imposible, salir. Con el tiempo, quizás, nos damos cuenta, por momentos, de que algunas de las cosas por las que vivimos, tienen un sentido difícil de encontrar. Pero ya estamos metidos en ello y no estamos dispuestos a ser/tener menos que los demás. Me estoy refiriendo a temas materiales, posesiones físicas, objetos, artículos, aquéllo por lo que todos luchan, trabajan y se esfuerzan.

¿Qué sentido tiene? Bajo mi punto de vista, ninguno. Todos ellos apuntan hacia una misma dirección: satisfacer un mismo sentimiento, darle gusto a nuestro ego, ayudaros a manifestarnos como los demás. Pero, ¿qué hay de lo verdaderamente importante, de nuestros sentimientos más profundos, los que nos impulsan a avanzar y progresar?

Nos dejamos engañar por lo accesorio sin darnos cuenta del engaño. Debemos empezar a despojarnos de esas capas absurdas. Debemos valorarnos y aprender a valorar a los demás por lo que son, o por lo que tienen. Lo que somos depende de nosotros mismos, de nuestra fuerza interior, de nuestras ganas de progresar y superar cada obstáculo. Lo que tengamos será siempre consecuencia directa de circunstancias menos controlables por nosotros.

Nuestros sentimientos, nuestra forma de ser y actuar, nuestra familia, nuestros hijos. Ése es verdaderamente nuestro tesoro y lo que debemos cuidar. Protegerlo rodeándolo de capas no es la solución. Debemos dejar que brille, sacarlo al exterior, aumentar y desarrollar su capacidad. Es un tesoro que hay que mostrar a los demás, ejercitar con él, hacer que crezca y se desarrolle. Es, en definitiva, lo que somos nosotros. Lo demás no forma parte intrínseca de nuestro ser. Absolutamente, no.

Sé Progreso.

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